miércoles, 9 de febrero de 2011

SUSPENSIONES


Lo mejor es el acuerdo tácito de acercarse creyendo que todo puede ser posible. Todo puede sostenerse por un único hilo, que es una trama entera. Para que ese todo consiga que lo que en realidad quede suspendido sea la necesidad de seguir pensando en nosotros mismos.

Dicen los que saben que leer y/o escribir suponen dejar de pensar en el yo. Y todo lo que no sea esto es un fracaso, un mero ejercicio fallido; falta de entusiasmo, de pasión. Simple impericia ¿Es posible dejar de pensar en uno para poder hallarse? ¿Nos acerca esto al más feliz encuentro, a reconocernos, el primer paso para el abrazo de la aceptación incondicional de quiénes somos, que a su vez supone la antesala del amor propio, ese que no sabe envanecerse, pero que tampoco duerme debajo del felpudo?

Hoy me he levantado subordinada.

La suspensión de la incredulidad. La suspensión del yo. Dicen que la iluminación, más allá incluso del nirvana, la feliz escapatoria del samsara, es por fin realizar la vacuidad del yo. Es decir, el fin del sufrimiento es tener una experiencia definitiva de la realidad perentoria de que el yo no existe. El ego se nos presenta como algo vacío de existencia por sí mismo. La suspensión del tiempo y del espacio. El final de todas las fronteras.

Me resisto a construir el silogismo.

Cuando alguien nos cuenta una buena historia todo esto sucede por un instante, aunque no seamos conscientes. Porque en el momento en que somos conscientes de que no estamos pensando en nosotros estaremos pensando en nosotros y game over. Creo que me ha sucedido muchas veces. Con Rulfo, con Mc Carthy, con Coetzee, con Susanna Clarke, con muchos. Que leer sea meter la cabeza debajo del agua y no reparar en que no respiras con los pulmones, en que te has vuelto anfibio.

Dicen que lo mismo pasa cuando se escribe. Yo no tengo ni idea. Cuando se escribe de verdad, quiero imaginarme. Cuando uno se suspende a sí mismo del hilo, de la trama, y deja brotar el texto, que nace de pie, con todos los dientes y su vocación bien clara. Eso dicen.

Espero que el afán de comprender la veracidad de todo esto no me impida experimentar sus saludables efectos. Una vida sin la esclavitud del ego. Sentir sin comprender. ¿Es posible que lo mejor sea vivir sin más, sin comprender, sin saber más allá, a veces, si no siempre?

Y leer, y escribir, sencillamente.