martes, 6 de diciembre de 2011

A CUENTO DE DORIAN GRAY


Padre, confieso que he pecado: Oscar Wilde me parece estomagante. No, no es que no reconozca la brillantez de su pensamiento, ni la claridad de su discurso, ni la vigencia de sus conflictos. Tampoco me pasa desapercibida la modernidad que supuso, la renovación que llevó a la narrativa, su reconversión del gótico en algo mucho más a pie de calle y más hondo, si cabe, por menos inconsciente... Es que no entiendo que nadie hable todo el tiempo en aforismos. Y menos que nadie, un personaje. Es decir, no entiendo que un autor pueda poner a alguien a hablar como un oráculo todo el tiempo. Me parece insufrible. A no ser que sea con humor. A no ser que sea como caracterización, que parece que es el caso, pero no es el caso.

He llegado a pensar que como no encontraba manera de dar salida a tanto aforismo le inventó una carcasa de novela. Pobre Dorian. Así, al menos, habría tenido que hacerlo hoy en día, que cas ninguna editorial admite manuscritos de aforismos. Supongo que, después de todo, Wilde es el ejemplo vivo de que venimos cuando tenemos que venir y que escribimos como podemos. Y nada más.

No contento con hacer de Lord Henry Wotton una especie de refranero manchego en fino y en británico, convierte al pobre Dorian en un interlocutor contagiado. Y no contento todavía, se saca de la manga a Gladys, la prima del Lord, quien le da la perfecta réplica aforística en femenino, cuando Dorian, ay del pobre, anda liado en otros menesteres. Y no contento con todo esto, insaciable Wilde, pringa al narrador y emplea un indirecto libre que no remite a nadie más que al propio Wilde, a ese autor agazapado incapaz de olvidarse de sí mismo un solo instante.

Me venía a la cabeza Flaubert que pensaba que el ingenio era contrario al talento de la buena literatura. Pero eso, como Scarlett, ya lo pensaré mañana.

Grande y cansino, Wilde. Te pido perdón por mi impaciencia posmoderna. Y también por mi ignorancia, supongo.


martes, 22 de noviembre de 2011


Ahora entiendo el porqué de los vampiros, de los autómatas, de los castillos medievales y los cementerios llenos de niebla; de los silencios encerrados que solo encuentran vía libre a través de caminos no evidentes, que terminan por serlo, aunque de otra forma.

Es lo que tiene estudiar, dejar que te cuenten, escuchar lo que tienen que decir los que más saben, los que han dedicado su tiempo, su renuncia, a leer lo que escriben los demás. Difícil tarea, la generosidad. La pasión, el compromiso.

Es magnífico ser alumno. Y descubrir la ganga de tener buenos profesores por taitantos euros el crédito. Es magnífico reírse de uno mismo: creernos originales y resultar nada más que ignorantes. Y desmitificar esa necesidad de hablar de mundos nuevos. Es magnífico tener oportunidad para el esfuerzo y meterse en la cama cada noche rodeada de hechos y pensamientos, tan bellos como amados. Un largo pasillo con puertas que se entreabren, para contrariar a las pesadillas.


martes, 15 de noviembre de 2011


No me da tiempo a todo. No es un lamento, es solo una descripción de mis días ahora. He pasado de una rica contemplación a una acción constante. Más mental que corporal. Mis monstruos me esperan, y no me queda más remedio que pedirles paciencia y observar por el rabillo del ojo cómo crecen, cómo empiezan a tener ideas propias, si es que eso es posible. Veo un mundo de incompatibilidades. No sé conciliar, no sé cómo podría. Tantos amores, deseos llenos de matices, intensos y sentidos. Sueño que escribo. Sueño con temas para tesis y tesinas. Sueño con mis monstruos, que me siguen mordiendo en cuanto me despierto. Sueño con que estás muy alto y no llego a tus labios. Quiero escribirlo todo, pero no me da el tiempo. Soy rabiosamente feliz a pesar de que la vida nunca me pareció más cruel. Ni más triste. Y los seres humanos, definitivamente, menesterosos, condenados a vivir incompletos. Condenados.

jueves, 3 de noviembre de 2011

SIETE MIL MILLONES

“Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Hay solo un único medio. Entre en usted. Examine ese fundamento que usted llama escribir; ponga a prueba si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón; reconozca si se moriría usted si se le privara de escribir. Esto, sobre todo: pregúntese en la hora más silenciosa de su noche: ¿debo escribir? Excave en sí mismo, en busca de una respuesta profunda. Y si ésta hubiera de ser de asentimiento, si hubiera usted de enfrentarse a esta grave pregunta con un enérgico y sencillo debo entonces construya su vida según su necesidad: su vida, entrando hasta su hora más indiferente, debe de ser un signo y un testimonio de ese impulso.(...)” Rilke: Cartas a un joven poeta.



Me gusta prestar atención cuando la gente habla sobre escritura. Pregunto, incluso.
Y escucho a algunas personas manifestar con soberbia que ellos escriben. Que son creadores.
Otros lo dicen como si fueran Sísifos cumpliendo su condena. Como si no les quedara más remedio que llegar a casa y ponerse a escribir, a pesar de que parece repatearles hasta las entretelas, provocarles un sufrimiento sin medida.
Otros sonríen con cierta suficiencia y, con ligereza te dicen que escribir es tan natural para ellos, tan fácil, que son incontables las páginas que ya han escrito (y por eso no repasan los manuscritos de sus novelas).
Los hay que han publicado varias novelas y en el apartado profesión ponen cualquier otra cosa: profesor, camarero, vendedor, ama de casa. Y cuando les dices, entonces eres escritor, se ruborizan y responden pues supongo que sí.
Hay quien necesita que no haya interrupción, terminar algo y empezar algo nuevo, prontoyaaldíasiguiente, por miedo a que resulte haber sido casualidad, a no ser en verdad un escritor.
Y quien nunca ha escrito nada y se llama escritor sin pudor alguno, porque en su cabeza escribe sin descanso, grandes obras, obras maestras.
Y quien no dice nada, pero le brillan los ojos al oír hablar del tema, y se retira pronto a casa, con cualquier excusa.
Hay muchos, muchos más. Más de los que podría abarcar.
Orgullosos, en el fondo, de nosotros mismos porque escribimos. Porque sentimos ese debo: debo escribir, abrirme al mundo. Con humildad, algunos. Otros no. Seres que nos sentimos diferentes, especiales, porque hemos encontrado esa ventana abierta que da a poniente. Aunque ese sentimiento de ser especiales sea para nosotros mismos, se quede tras las puertas, en el sedimento del amor propio, de la responsabilidad para con quienes somos. Porque al escribir es que sabemos que somos quienes somos. Aunque seamos bien conscientes que eso no nos hace mejores, ni peores, sino solo uno más. Seres humanos. Uno más entre siete mil millones. Como para envanecerse.

viernes, 28 de octubre de 2011

EL ÁRBOL DE LA VIDA


Me habían avisado de que Malick era un poco plomo. Lento, espeso. Y eso me temí durante la primera media hora de El árbol de la vida. Imágenes. Vastedad. Voz en off, Una osada voz en off que habla de Dios como si Dios formara parte de todo lo que es, ha sido y será.

Pero resulta que a mí el hecho de ir al cine me gusta por sí mismo. Me gusta regalarme ese rato, que suele ser en días raros, domingos o lunes o jueves por la noche. Me gusta la compañía y la conversación de después. Aunque no me guste mucho la cinta. Así que me relajé y me permití hacer uno de los posibles viajes que puede que el pesado de Malick proponga con su película.

Un viaje sin principio ni final.

Sin argumento definido planteamientonudodesenlace, pero en el que pasan infinidad de cosas.

En el que es extraño que la comunicación sea exacta, y con palabras.

Un viaje en el que las personas nos amamos a menudo, aunque raras veces sabemos entenderlo o demostrarlo.

Un viaje que parece que termina con la muerte. Pero que no es así. Que quizá siempre esté empezando, aunque eso entre en conflicto con esa cosita tonta llamada identidad. (Yo, yo y yo).

Como la vida.

Un viaje en el que cada instante de la vida está presente al mismo tiempo, en una playa inmensa, los instantes de todos, porque quizá el tiempo no sea esa secuencia de días como longanizas que creemos que es cuando dejamos las cosas para hacerlas mañana.

Quizá sea más bien como un árbol. Árborea, la vida.


Me gustó mucho la peli de Malick.

Me emocionó, porque mordí el anzuelo y revisité mi propia infancia. Me atreví a pisar esos terrenos pantanosos, que duelen en lo hondo, por perdidos, porque siempre dejan cicatrices. Cicatrices de heridas que se están haciendo una y otra vez.

Me emocionó porque dejé de ver a Brad Pitt, a los magníficos niños actores, al soberbio Sean Penn y reconocí la rabia contenida, la envidia y los celos, las contradicciones, las losas que nos imponemos en nombre de un Dios que quizá exista solo porque nosotros lo creemos (¿lo creamos?), para amarlo, para odiarlo, para ignorarlo. Para escupirle a la cara que no creemos en él, a pesar de que solemos culparle de nuestro evidente desamparo, de nuestra condición siempre menesterosa.

El inmenso dolor de querer hacerlo bien y no saber cómo.

La ternura y la compasión que merece todo ser humano.

Me gustó la película de Malick porque me permitió seguir el camino que me diera la gana a partir de sus sugerencias. Porque no me dio, para variar, un argumento masticado. Porque me hizo sentir.

Que pensar ya pienso bastante, con desigual fortuna.

Y sí, me entretuvo mucho más Resacón en Las Vegas. Y es posible que no echáramos de menos veinte o treinta minutillos, si los recortaran aquí y allá. Y tampoco creo que los dinosaurios actuaran por bondad. Pero tiene que haber películas como esta. Gente que la cuente diferente. La vida. Gente que no tenga miedo de hablar de Dios, de incluirlo en su lenguaje. Ni de ser libre. Gente que encuentre palabras más allá de la evidencia.

Salí del cine motivada, convencida de la necesidad de explorar, de encontrar el lenguaje que me permita expresar lo que siento, comunicarme. Salí con ganas de probar, de trabajar duro, de arriesgarme a que me digan bodrio, pesada, timadora.


sábado, 22 de octubre de 2011

UN REGALO

He releído para clase El río del olvido, del gran Julio Llamazares. A veces ocurren estas cosas felices, que la obligación se convierta en devoción. Regalos.
Además de demostrar que es posible escribir ciento ochenta y tantas páginas y mimar y cuidar con tacto exquisito cada palabra, es un libro escrito con el amor propio del trabajo bien hecho. Como si cada frase encontrara en sí misma la motivación y el sentido. Y esto es en sí una enseñanza para los que empezamos. Y un aliciente. Así que es imposible no leer el libro con un sonrisa, y no aceptar el reto. Los retos. La escritura y la vida.

Porque luego está la infancia. La de cada uno. Esa que da miedo revisitar, aunque tal vez llegue un momento en que no haya más remedio, si es que se quiere comenzar la vida adulta. Volver a esos paisajes de los veranos de la niñez y aceptar y encajar el paso del tiempo, los abandonos, la decrepitud y el olvido. Quienes somos. La necesidad y la maravilla de que el tiempo pase y nuestra condena se cumpla. El necesario recordatorio de la impermanencia.
Volver a donde fuimos ingenuos y, con suerte, felices, para comprobar que ya nada de eso existe y que, por lo tanto, solo tenemos lo de hoy. Quizá no haya mayor refugio que entender esto, con esperanza justa, con templanza. Mirar aquellos paisajes y comprobar que siguen siendo bellos aun cuando ya no estén intactos. Que sigue habiendo belleza en lo que olvidamos, a pesar de que lo olvidemos.

sábado, 15 de octubre de 2011

LETRAS

Este otoño que no es otoño se ha convertido en un cálido remanso de letras y descubrimientos. Hay momentos como este en la vida, en los que todo encaja y al fin llega la vendimia. Y el fruto de todo lo trabajado es bueno. Es un caldo en el que hoy nado sin emborracharme, feliz y agradecida.
En ese caldo primordial se cuece a fuego lento la nueva novela. Necesita aún dejar que el subconsciente la modele. Ya intuía yo que el argumento a secas me dejaría hambrienta. A mí y a esa yo que late debajo de mi piel y que no deja de sorprenderme, aunque la conozca a fondo.
En este otoño de sincronía perfecta, mientras vendimio y disfruto el vino, preparo la tierra y siembro nuevas cepas. (Siempre me ha fascinado comprobar cómo resulta ser cierto que todo lo que en el mundo es y ha sido está presente en este instante, en el fulgor del rayo, en cualquier brizna de materia).
Todo son letras. Y amor. Mi pizca de soledad. La compañía y la ausencia. El deber y el derecho. Todo está aquí, en este instante. La felicidad y la pena más honda.

lunes, 3 de octubre de 2011


Mi pequeña experiencia es que el proceso no es lineal, ni puede serlo. Mi gran duda es si un hábito más fuerte, si más horas delante del ordenador, en definitiva, si más disciplina mejoraría esa tendencia al salto, a la lentitud. A solo saber correr o detenerme, nunca ir al paso.

Porque así es mi proceso: inestable, lento, saltimbanqui, casi ceremonioso. Incluso en el soporte: escribo en un cuaderno, pero hay notas que piden reposar en las páginas de otro. Luego nunca recuerdo dónde apunté las cosas. Para rizar el rizo existe el ordenador y su laberinto de carpetas. Sobre el teclado los dedos vuelan y mi verborrea se hace dolorosamente patente. Para ejemplo este botón.

Así, la ganancia de un día, al día siguiente parece un retroceso. Hoy le conozco (se llama Rai y es una suerte de Atlas sobre cuyos hombros descansa ahora la esfera de mis letras), y al día siguiente quiere hacer algo contradictorio. Un día parece interesado, y al final de la tarde se escabulle. Es obsesivo hasta la enfermedad, pero el olvido a veces viene a repararle. Mientras me besa piensa en llamar a otra. Quiere amar, pero no sabe el camino de salida de su propio laberinto.

Claro que quién dice que la contradicción no encierre una linealidad, una lógica inexorable. Género humano.

O puede que todo el misterio resida en que hoy es lunes.


miércoles, 28 de septiembre de 2011

VENENO

"(...) ¿Y qué se aprende escribiendo?, preguntarán ustedes.
Primero y principal, uno recuerda que está vivo y que esto es un privilegio y no un derecho. (...)
Segundo, escribir es una forma de supervivencia. (...)
No escribir, para muchos de nosotros, es morir. (...)
Si no escribiese todos los días, uno acumularía veneno y empezaría a morir, o a desquiciarse, o las dos cosas.
Uno tiene que mantenerse borracho de escritura para que la realidad no lo destruya.
Porque escribir facilita las recetas adecuadas de verdad, vida y realidad, que permiten comer, beber y digerir sin hiperventilarse y caer en la cama como un pez muerto."
Ray Bradbury, Zen en el arte de escribir.

No tengo muy claro qué es eso de la realidad. No sé si es lo que veo en los telediarios, o cuando salgo a la calle. O cuando me meto en la cama y cierro los ojos y respiro profundo. Es posible que sean las piezas de un todo. Imágenes, percepciones, sensaciones, sentimientos, ideas acumuladas, un cieno tóxico que resbala por las paredes del vaso y se acumula. Y puede que rebosara (y rebosaría, y ha rebosado) si no pudiera escribir, si no tuviera amor y ese algo inexplicable que es la esperanza.
Son muchos los que dicen que la realidad la creamos cada uno.
Entonces, ¿qué es lo otro, lo de fuera?
A estas alturas no voy a sorprenderme por no entender nada. La cosa, bien pensada, es simple. Como hoy. Me levanto y me digo voy a estar bien. No porque esté mal, es como tomar vitaminas. Me preparo un café y me siento a la mesa. Y empiezo a escribir. Y a partir de esa higiene matinal suelo reparar en lo extraño que es estar vivo, lo acostumbrada que estoy, y el error tan grande en el que habito: como si fuera a ser eterno. ¿Cómo será no ser?
Que los muertos no escriban puede que no sea un hecho tan desgarrador. Después de todo, es posible que no lo necesiten: ya serán inmunes al veneno.


jueves, 22 de septiembre de 2011

NO PENSAR

Se confirma: se debe pensar antes. Y después, en la reescritura.
Pero en ese primer contacto no. Es el momento de la confianza, de la plena aceptación de quienes somos, de lo que ignoramos, de lo que sabemos, de nuestros errores de concepto, de nuestras fortalezas.
Es el momento de olvidar que existe el diccionario y permitir que los dedos hagan los que saben hacer: hurgar en las narices de los vivos. Moverse. Ya vendrá después la pleitesía. Hincar la rodilla frente a las motivaciones, los razonamientos, la lógica ilógica del ego humano, las servidumbres de la mímesis.
Pero en las primeras citas, esa sucesión de flechazos con cada página nueva, cada párrafo, hay que dejarse ir. Con ingenuidad y confianza. Esperanzados.
Cada vez creo más que escribimos para aprender. Que la literatura es una herramienta para seres curiosos. E insaciables, supongo. Sea cual sea la longitud potencial de la onda expansiva, el malévolo poder del ego, la generosidad primordial.
Cuando se escribe desde el núcleo no se piensa. Eso creo.
Puede que por esto escribir sea un esforzado descanso.

jueves, 15 de septiembre de 2011

COMIENZOS VERDADEROS


El título es engañoso, porque, lo mismo que nadie se atreve a determinar el momento exacto en el que la vida comienza, con una novela pasa lo mismo. En mi modesta opinión. Tal vez los primeros pensamientos, sin forma, comenzaron su incesante lluvia varios lustros atrás, y ya son humus, sustrato asimilado, vigor, raíces.

Esta nueva historia eclosionó el día 11 de marzo de 2011. A partir de ahí empecé a tomar notas, a documentarme. A observar de una manera sistemática. A dolerme y a anticipar, la gloria y la caída, el tiempo, la sequedad de los pulmones en plena carrera.

Hoy, 15 de septiembre, ha llegado el momento del parto. La página en blanco. El temor. No seré capaz. Sé que lo seré. Por eso escribo esto ahora mismo. Por eso antes actualicé el otro blog. Por eso he limpiado la cocina, he dado mil vueltas, he pedido hora al fin al oculista. Por eso llamo por teléfono a mi madre. Y me enfado con los obreros que montan un andamio en mi fachada. Por eso.

Pero sé bien que no hay excusas. Así que hoy comienza todo. Como cada día, en realidad. Pero es mentira, claro. Empezó hace treinta y nueve años. Hace siete, cuando me apunté al primer taller. Hace alrededor de treinta, aquella tarde de verano en la que la tormenta me sorprendió en bañador, debajo del cobertizo, y yo opté por permanecer, por taparme con la toalla de peces de colores y seguir leyendo mi libro de Los cinco. Empezó aquel mes de diciembre de hace diecinueve años, el primer punto de giro de mi argumento. Y también con mi primer beso de amor, en la plaza de Colón, cerca de aquellas cataratas que ya no existen y que me enardecían. Empezó el día en que la locura se sentó a mi mesa. Y cada día que vendí tarjetas de crédito por teléfono. O tal vez arrancó en el 37, aquella noche en la que decidí que no volvería a arrastrarme por el fango. O cada una de las tardes de ese mes de febrero en el que recorrí Madrid en busca de un regalo de cumpleaños que nunca llegué a dar.

Empezará cuando llegue el invierno, o el martes 27 de septiembre de 2011, día en que regreso ya de forma oficial a la Universidad.

O empezará ahora, en cinco minutos, justo cuando decida que esta entrada ya es lo bastante larga. Que no hay un mejor momento. Que en realidad todo son comienzos.


sábado, 10 de septiembre de 2011

LABERINTOS

Este diario resulta no serlo tanto. Ariadna no viene en mi rescate, así que aquí estoy: soy yo la que tengo que sacar de la nada el hilo conductor que me lleve a la salida. Y eso lleva tiempo. Pensar. Sentarse delante del ordenador y buscar el trance. Congelar al censor, sopesar las ideas, anotar las que puedan ser valiosas...
Es como darle a la palanca y que empiece delante de nuestros ojos el baile de posibilidades, de combinaciones. Solo que lo mejor es que si se detienen los rodillos en una que no nos guste podemos volver a tirar de la palanca, jugamos de nuevo. Y la única moneda que perdemos es el tiempo. La más valiosa, tal vez.
A veces sale el premio grande y las ideas brotan en cascada y rebosan todas las bandejas, y la mano no da abasto. Otras, las horas se pierden en nada. Es cierto que es un proceso en el que se avanza a base de paciencia, que puede ser penoso cuando las piezas que manejamos son sentimientos, o recuerdos, o venganzas. Pero ¡esa maravillosa sensación de dar con el premio! Cuando se detiene el mecanismo y es evidente que la combinación es la ganadora, porque brilla, porque destaca entre la maraña de pensamientos de manera inequívoca... ése es un instante impagable.
El hilo que lleva a la salida está hecho de esos instantes trenzados. Es inevitable que unos brillen más que otros, pero todos deben de ser fuertes o si no la cuerda se romperá por algún punto. No diré que la tarea no sea desesperante, en efecto, a veces. Y dolorosa. Que no ponga en juego todos los resortes de la autoestima. yes, we can. Pero no se me ocurre nada mejor que hacer, ni en qué gastar mejor las monedas que componen mis días.
Nada mejor que transitar los propios laberintos.
Y del minotauro ya hablaré otro día.

lunes, 5 de septiembre de 2011

ARGUMENTO


No es que yo sea demasiado rebelde, ni que me guste llevar la contraria. Ni que vea en la reacción la oportunidad para reforzar mi narcisismo. Qué va. Ahora que la discusión parece que lleva a esa quimera que muchos grandes escritores han expresado (y Proust casi logra; y seguro que alguno/s más que ignoro), véase: escribir una novela sin argumento, en la que todo el edificio se sostenga por la fuerza y el interés de prosa y pensamiento; ahora, decía, que las tendencias parecen dirigirse hacia esa posición, de huída del S XIX, del best-seller, y quizá de lo que da sentido a la literatura: el placer de que nos cuenten cuentos; ahora, insisto, me ha dado por escribir una novela en la que predomine el argumento. La acción.
Con lo que a mí me gusta divagar, mis filosofías, escucharme a mí misma. P´habennos matao.
Ahora me encuentro con que quizá la mayor dificultad resida en cuadrar un buen argumento, en manejar con arte toda esa tramoya, en ajustar calendarios, motivaciones, gestos, con música interna, con seducción; acciones que lleven a alguna parte. A sitios que logren interesarnos, nos gusten o no.
Quizá ese sea el secreto de todo: la pereza. Sin duda es más sencillo dejar que la mente se vaya de vinos, hilar una serie de situaciones e ideas más o menos brillantes, bien escritas con suerte que someterse a la aridez, a la servidumbre de las tramas; a la esclavitud de la verosimilitud; al rigor del troquel de las piezas del puzle.
Es divertido y desesperante.
La lección, como casi siempre que rascamos un poco, es el respeto por el trabajo ajeno.

viernes, 2 de septiembre de 2011

EL HEMISFERIO DOMINANTE

Me duele el cuello. Todo mi trapecio derecho está contracturado. Los culpables son el ordenador y el sueño inquieto. La maldita manía de somatizar. Tengo que organizar las agendas y las biografías de seis personajes. Todo debe coincidir en el espacio, en el tiempo. Los actos, las emociones, las motivaciones. Un tiempo que también debo inventarme. Un espacio que no existe. Es mucho trabajo, así que mi lado derecho se declara en huelga. Mi hemisferio dominante.
A pesar de todo no puedo despegarme del ordenador, pero solo para distraerme en cosas que no vienen al caso, salvo para alimentar mi resistencia.
Ayer, en un rapto de desesperación, recorrí varias papelerías en busca del bolígrafo perfecto. Algo tan tonto como un bolígrafo agradable puede motivarme para que no me separe del cuaderno (en la primera fase todo lo escribo a mano). Encontré algo parecido a esa perfección, al menos en la suavidad del trazo, en la velocidad, y en el precio.
Hoy me he levantado sin apenas poder enderezarme, ni girar el cuello. Duele. Y tengo sensación de mareo. No tengo ganas de sostener el boli maravilloso. Ni siquiera sé cómo estoy escribiendo esto. Todo es a la desesperada, la necesidad de mover los dedos, el hambre de palabras. Se me olvidaba el dolor de cabeza.
Bendita transitoriedad.

miércoles, 31 de agosto de 2011


He elegido escribir sobre monstruos. Sobre humanos. He elegido no inventarme nada para poder inventármelo todo. Es la única manera de no tener miedo. y aún así, llevo meses durmiendo intranquila. A veces creo que algo respira a mi espalda. Otras, que saldrá de dentro y prenderá fuego todo lo prendible. En la oscuridad de mi habitación, estas noches cubiertas de gotas de sudor, de ruidos, de nostalgia, sigo inventando. Y siento miedo. Un miedo que no se me pasará cuando abra los ojos. Por desgracia.
He elegido escribir sobre lo que más temo, desde mi infancia. Una suerte de exorcismo, quiero pensar.
De todos modos, de esta aventura nunca se sale indemne.

lunes, 29 de agosto de 2011

"Una de las pocas cosas que sé acerca de la escritura es esta: gástalo todo, dispáralo a bocajarro, piérdelo sobre la marcha una y todas las veces que sea preciso. No conserves lo que parece provechoso para más adelante, para otra fase del libro: dalo todo. Dalo todo ahora. (...) El impulso de guardar para uno mismo lo que ha aprendido no sólo e svergonzoso, sino que es destructivo. Todo lo que uno no dé libre y abundantemente termina por perdérsele. Uno abre un buen día la caja fuerte y se encuentra con cenizas."
Annie Dillard. Vivir, escribir.

En la vida pasa igual. El egoísmo es uno de los principales engaños del ego: nos susurra al oído que perderemos eso que damos al otro, que lo dejaremos de disfrutar. Es mentira. Y solo lo experimentamos cuando somos capaces de renunciar de corazón, de dar eso que atesorábamos para nosotros.
Mis monstruos me exigen atención; yo me resisto. Los días en que la pereza me gana la partida acaban por convertirse en páramos desolados, llenos de ceniza. Lo mismo pasa con el dolor que encierran algunas palabras. Con la dulzura. Con ese amor que se nos escapa por los poros y que pide a gritos ser ordenado, canalizado en palabras; palabras que nunca nos atreveremos a decir, por miedo, por orgullo, amor ceniza que se desvanecerá en un golpe de viento y no habrá servido para nada.
Puedo pensar que ellos no existen, pero sé que no es cierto. Cada uno sabe pronunciar sus exorcismos; posee la receta del instante; encarna algo que no porque quiera decir es importante. Pero que soy yo, aunque no lo sea. Puede que sea todo un galimatías. Perdóname, te quiero, te he echado de menos, conocerte y que me conozcas, poder decir la verdad, cuán ingenua soy, me cuesta olvidar, sueño con tus abrazos. Tengo miedo. Nunca es mejor momento para decirlo que ahora mismo. Ellos los saben, los personajes. He decidido que puede haber amor dentro del odio. Que no demoraré más el instante de que se miren a los ojos de nuevo, en que al fin se reconozcan. Aunque de todas maneras yo termine siendo nada más que ceniza. Exactamente igual que ellos.


viernes, 26 de agosto de 2011

26.08.2011

"Basta con ser más honrado: quitarse de en medio siempre y en cualquier parte, no estorbar a los protagonistas de la propia novela, renegar de uno mismo, aunque sea por media hora."
Anton Chéjov

Quizá es pedir demasiado. Esa generosidad, por media hora. Olvidarse de uno, darle matarile al ego (que siempre resucita). No pensar, tan solo mover los dedos. Renunciar al control, cuando es posible que escribamos precisamente porque nuestras historias, las vidas de nuestros personajes son lo único que podemos controlar en esta vida. Una falsa muestra de poder en una realidad que nos desborda, que nos recuerda a cada instante qué vulnerables, qué pequeños somos. Demasiada generosidad. Renunciar al placer de escribir nuestras pequeñas venganzas si no convienen al propósito general de la novela... pero ser perspicaces como para saber incluso renunciar a la renuncia, si es que algo que nos toca bien hondo encaja a la perfección en la historia. Aunque duela. Aunque sea por media hora.

lunes, 22 de agosto de 2011


Siempre me ha gustado observar. Quizá por eso elegí mi profesión: desde el primer día en la universidad nos machacaron con que el examen visual del paciente es una de las partes más importantes de la evaluación. Y escuchar: la voz, la cadencia de la marcha, la respiración...
En este mundo boomerang las buenas costumbres se reciclan, se hacen necesarias por razones bien diferentes. Y te salvan la vida, y también te la complican.
Esta obsesión, por ejemplo, me salva del aburrimiento con frecuencia. Da de sentido a las actividades más sencillas. Y me ayuda a mirar a las personas, a mirarlas de verdad. A tratar de entenderlas, de ponerme en sus zapatos. A inventarles historias. A imaginar a sus madres. Esto también me ha salvado de la desesperación en muchos otros momentos, de la pérdida de fe en la gente, con todo lo decepcionantes que somos, lo mezquinos, lo cobardes. Ha mantenido engrasada mi capacidad de emocionarme con los pequeños gestos. Me ha ayudado a saber quién soy, por esa extraña teoría de los espejos.
Ahora estoy construyendo una pléyade de personajes que serán mis acompañantes durante mucho tiempo. Muchos de ellos son monstruos. Todos son humanos. No me veo diferente de nadie, ni a ellos de mí. Podrían estar vivos de veras, de hecho creo que si se me han ocurrido es porque lo están. De algún modo. Algunos tienen rasgos de personas que conozco. Otros se parecen demasiado a mí. Los hay respondones que no quieren reaccionar como yo ni así los maten (a mí me pasa lo mismo con mi madre). Todos quieren decirme algo. O quizá quieran ser mi voz. A veces creo que todos, todos, somos marionetas. Nada resulta ser cierto, pero me gusta creerlo.
Una vez me enamoré de uno de mis personajes. Fue cuando le hice llorar de risa en una escena. Luego soñé con él muchas noches seguidas. Y rastreaba cada rostro masculino por la calle en su busca. Se me pasó enseguida. Es posible que haya una medicación para todo esto. No lo sé. Tampoco sé por qué te lo cuento. Será que es lunes y que el otoño se acerca. Será que a veces tengo miedo de dónde me llevará este boomerang, finalmente. Observo y hallo. Y luego reproduzco, invento. Es posible que sea yo el personaje que se cree que observa. Aunque luego lo escriba.


jueves, 18 de agosto de 2011

"Los buenos libros se escriben solos. (...) Si el escritor piensa acerca de su material el tiempo suficiente, hasta que se vuelve parte de su mente y de su vida, y se acuesta y se despierta pensando en él, cuando al final se siente a trabajar fluirá con voluntad propia. Un escritor debe sentirse en sintonía con su libro mientras lo escribe, ya le lleve seis semanas, seis meses, un año o más. Es maravilloso el modo en que trozos de información, rostros, nombres, anécdotas, toda suerte de impresiones que llegan del mundo exterior durante el periodo de escritura se vuelven utilizables para el libro."
Patricia Highsmith. Suspense.

La vida es la materia, el plancton. Penetra, se instala en las circunvoluciones. Todo es alimenticio, nada se desecha. De repente, ya no existe al aburrimiento. La mente vuela lejos, se sostiene en otro mundo. Otro mundo posible. Todo tiene sentido, de repente. Los días se convierten en amigos, en aliados. Hay nombres inventados que empiezan a rebotar en las paredes del cráneo. Sombras detrás de la espalda. Algunos monstruos.
Luego te sientas a escribir y, es cierto, todo sale como las palabras en un ataque de ira, como las caricias ciertas noches: de dentro, mías, pero como si alguien nos dictara al oído. Milagroso, si nos paráramos a pensarlo.

sábado, 13 de agosto de 2011


Para empezar, el material es una enorme bola de lana que hay que hilar con cuidado, con finura, si quiero que el tejido no resulte burdo, no se rompa, si quiero que sea uniforme. después habrá que devanar lo devanable. Luego tejer, luego... Así es si permitimos que la diacronía ponga un orden, para entenderlo. Porque luego todo ocurre de manera sincrónica, de golpe y porrazo, vaya. Sálvese quien pueda. Todo a la vez, los hilos, las tramas, los personajes, algunos conflictos, el miedo, la ilusión, la inexperiencia y los tópicos. Siempre los tópicos.
Y encima con premisas: no caer en la autocompasión, ni en la autocomplacencia. Pero sobre todo, no tomarme muy en serio nada de nada. Y menos que nada, a mí misma.

jueves, 11 de agosto de 2011

A Louise Colet. 23-26 marzo 1854

Siempre hay que embarcarse en una obra como un pirata en su navío, con la intención de hacer fortuna, provisiones para veinte campañas y el ánimo intrépido. ¡Partimos, pero no sabemos cuando regresaremos! Quizá demos la vuelta al mundo.

Gustave Flaubert. Correspondencia escogida. Ed. Fuentetaja.


He alzado la Jolly Roger. Llevo buenas provisiones, biodramina, una tripulación inquietante, pero exquisita. Empiezo a escribir en estos días calurosos, venzo a la indolencia de las siestas eternas y me embarco. Tengo miedo, pero no importa. Quizá dé la vuelta al mundo.



lunes, 28 de marzo de 2011

NULLA DIES SINE LINEA


¿Contemplaría el viejo Plinio, o Plinio el viejo, la lista de la compra, la actualización de la agenda, algún sms, una escasa línea de diario para decir que es lunes, que estoy muerta de sueño?

Yo qué sé.

Hoy escribo para centrar mi pensamiento.

Hoy escribo para recordar.

Hoy escribo por la misma razón de todos los días: porque me da la gana, porque me hace sentir bien. Porque para mí tiene valor por sí misma. La escritura.

Podría decir que no puedo vivir sin escribir, pero mentiría. Claro que puedo. Con moderada satisfacción, incluso. El mundo no se termina en las palabras. Me gustaría ser más romántica, ser más letraherida. Ni siquiera empieza en ellas, en las palabras. Aunque quizá ruede más rápido con ellas, más intenso. Quizá se amplíe, crezca, se acerque a su máxima potencia, con ellas. Puede que las palabras ayuden a que una gane en certezas... Qué chorrada, ¿acaso existen las certezas? Me habría gustado preguntárselo a Newton. Es posible que alguien lo hiciera, que su respuesta esté por ahí, en alguno de los muchos libros que desconozco y que nunca llegaré a leer.

Hoy escribo para desentumecer los sentidos.

Hoy escribo porque el hoy es todo lo que tengo.

Mañana es posible que no pueda escribir. Mañana también querré sentirme bien. Mañana, aunque no escriba, querré ser feliz. Llegará un día, tal vez, en que me resulten imposibles las palabras, las ficciones. Días que se escurran entre la urgencia de las actividades, agua entre los dedos. La posibilidad de que un día mis manos y mi cerebro dejen de hablarse. Intuyo que aprender a vivir implica asumir que hay que estar listo para prescindir de todo, para desprenderse. Hasta de lo que más amas. Amarlo cuando está, con plena conciencia, con voluntad completa, y aceptar la pérdida, el dolor por ella. El hecho de que el tiempo continúa.

Por eso hoy, sencillamente, escribo.


jueves, 3 de marzo de 2011

ADOLESCENCIA


La vida no siempre es una fiesta. Incluso para los que tenemos la gran suerte de ganarnos el pan con lo que constituye nuestra pasión. Hay trabas, impedimentos mentales, el eterno boicot a nosotros mismos. Si lo avisa John Gardner en su estupendo libro Para ser novelista: uno puede sentirse muy culpable por estar entregado a su afición. La constante sensación de vivir como un adolescente, entregado en cuerpo y alma a hacer lo que le da la gana. A inventar, a vivir en una realidad que no existe. A sacar conejos de chisteras. Chisteras que, a la hora de la verdad, resultan estar vacías. La ficción. Eso si existen. Las chisteras, digo.

Hay días que el trabajo consiste en tomar café. Ir paseando, cazar conversaciones al vuelo. Registrar en la retina al transeúnte. La expresión de la mujer con el perro, el carrito con el bebé, y el niño con uniforme de la mano. Las ancianas con peinado de peluquería detenidas en mitad de la calle, del brazo, volcadas la una sobre la otra, como si fueran a contarse un secreto, pero hablándose a voz en cuello. Sentarse a tomar un café y fingir que se lee mientras se espía. Un hombre con un jersey verde le dice a una mujer que tiene miedo de ella. Las tres chavalas rompen la barrera del sonido de la cafetera con sus carcajadas. El voyeur no toma notas siquiera, pero todo se le queda impregnado. A veces debe contener las lágrimas, o la indignación, o las ganas de opinar. O el deseo de morir, de salir corriendo, de no formar parte de ese conjunto.

Otros días no se puede hacer nada, salvo limpiar la casa, ordenar los papeles, hacerse un horario para incumplirlo. Y luego, cuando ya se ha hecho tarde, es cuando entran ganas de escribir. Pero ya no es razonable, la noche está ahí, el cansancio. Pronto llegará la hora de dormir, e interrumpirse entonces será peor. No empieces lo que no puedes terminar. Ya en la cama aparece el fantasma del día perdido. Se parece a Proust, pero habla como tu madre.

Hay días en que uno mueve una coma y se siente tan orgulloso que después se regala un cine. Y sale del cine, y se siente tan orgulloso, que se va a cenar. Y mientras se come una ensalada en el restaurante de debajo de casa, se siente tan orgulloso que saca un libro y lee dos frases. Y se siente tan orgulloso que pide postre, algo con chocolate. Y cuando regresa a casa, enciende el ordenador, relee la frase con la coma en su nuevo lugar, decide que estaba mejor como al principio y vuelve a cambiarla. Y regresa Proust, remordedor, y le sugiere que mejor ponga el despertador para una hora antes.

Hay días en que nada ni nadie puede separarte de la historia. En que no hay ninguna diferencia entre ella y tú. En que el tiempo se dobla, se introduce en sí mismo, como un calcetín, como el agua de una fuente. Sabes que no comerás de eso, que siempre habrá alguien a quien no le guste, alguien que levante la ceja cuando le digas a qué te dedicas. Pero da lo mismo. Vives en la chistera, eres la chistera misma. El conejo ha salido corriendo y no puedes atraparlo porque eres tú mismo. Y te das cuenta de que tal vez no hay conejo que valga, que eres una cigarra, que lamentas la ausencia de hormiguero. Que es posible que el día de mañana te arrepientas. Apenas un segundo, un parpadeo de consciencia en plena fiesta. Es a lo más a lo que somos capaces los adolescentes. Tan pronto se abren los párpados el panorama vuelve a ser el mismo. Música, festín de tiempo, letras como confeti. Hacer lo que a uno le da la gana. Porque fuera no es así: la vida no se parece en nada a una fiesta. La guerra, el desamor, la soledad, la muerte, la lluvia de los fines de semana. Pero la ficción... menos mal que existe ese karma de la ficción. Menos mal que tiene que haber de todo. Incluso adolescentes fuera de temporada.

miércoles, 9 de febrero de 2011

SUSPENSIONES


Lo mejor es el acuerdo tácito de acercarse creyendo que todo puede ser posible. Todo puede sostenerse por un único hilo, que es una trama entera. Para que ese todo consiga que lo que en realidad quede suspendido sea la necesidad de seguir pensando en nosotros mismos.

Dicen los que saben que leer y/o escribir suponen dejar de pensar en el yo. Y todo lo que no sea esto es un fracaso, un mero ejercicio fallido; falta de entusiasmo, de pasión. Simple impericia ¿Es posible dejar de pensar en uno para poder hallarse? ¿Nos acerca esto al más feliz encuentro, a reconocernos, el primer paso para el abrazo de la aceptación incondicional de quiénes somos, que a su vez supone la antesala del amor propio, ese que no sabe envanecerse, pero que tampoco duerme debajo del felpudo?

Hoy me he levantado subordinada.

La suspensión de la incredulidad. La suspensión del yo. Dicen que la iluminación, más allá incluso del nirvana, la feliz escapatoria del samsara, es por fin realizar la vacuidad del yo. Es decir, el fin del sufrimiento es tener una experiencia definitiva de la realidad perentoria de que el yo no existe. El ego se nos presenta como algo vacío de existencia por sí mismo. La suspensión del tiempo y del espacio. El final de todas las fronteras.

Me resisto a construir el silogismo.

Cuando alguien nos cuenta una buena historia todo esto sucede por un instante, aunque no seamos conscientes. Porque en el momento en que somos conscientes de que no estamos pensando en nosotros estaremos pensando en nosotros y game over. Creo que me ha sucedido muchas veces. Con Rulfo, con Mc Carthy, con Coetzee, con Susanna Clarke, con muchos. Que leer sea meter la cabeza debajo del agua y no reparar en que no respiras con los pulmones, en que te has vuelto anfibio.

Dicen que lo mismo pasa cuando se escribe. Yo no tengo ni idea. Cuando se escribe de verdad, quiero imaginarme. Cuando uno se suspende a sí mismo del hilo, de la trama, y deja brotar el texto, que nace de pie, con todos los dientes y su vocación bien clara. Eso dicen.

Espero que el afán de comprender la veracidad de todo esto no me impida experimentar sus saludables efectos. Una vida sin la esclavitud del ego. Sentir sin comprender. ¿Es posible que lo mejor sea vivir sin más, sin comprender, sin saber más allá, a veces, si no siempre?

Y leer, y escribir, sencillamente.

viernes, 28 de enero de 2011

EL MES MÁS CRUEL


¿Y si fuera necesario para volar

imitar el mimoso movimiento de los pájaros?

Recurrir a un elemento más ligero que el aire.

El humo

EL MES MÁS CRUEL. Pilar Adón. Ed. Impedimenta. Madrid, 2010.


Pilar Adón, a mi modesto entender, vive más allá del argumento. Instalada en un cosmos selvático, rodeada de vegetación y de libros. Y de seres muy normales vestidos de raros. Con ella deben cohabitar todas las Pilar Adón posibles. Todas las luces y todas las sombras. Su territorio lo conforman las parcelas psíquicas por las que transite y tengan la suficiente fuerza como para crear una huella en su memoria. Su escritura está integrada, ha superado la técnica; produce la sensación de que al dar la vuelta al tapiz, su reverso mostrará una escena diferente, pero con hilos también ordenados, coherentes.

Lo dice muy bien Marta Sanz en la magnífica introducción: lo que más gusta es la duda que genera. La holgura que deja entre el redondo entramado de palabras y la comprensión exacta. La sensación de que tal vez no hemos entendido bien. Y no hay ironía, ni doble intención (pues no deja de ser extraño que alaben el trabajo de uno porque no se entiende). Es curioso que Borges haya acudido a mi cabeza con frecuencia mientras leía los relatos de El mes más cruel. Quizá sea una sinapsis caprichosa. O será por la recurrencia de algunos temas. O por que ambos conducen elipsis en lugar de utilitarios.

Algunos de los relatos (El fumigador, Clara, Culto doméstico...) se quedarán conmigo, como souvenir, al modo en que lo son las grietas después del terremoto. A pesar de esto, debo reconocer que Adón no es mi autora. Encuentro en estos relatos una autenticidad y una sabiduría que va un paso más allá de la literatura, pero no termina de llenarme la deliberada, a mi entender, intención de cripticismo en algunos tramos. Aunque es posible que obedezca a que, sencillamente, ella es así. Tampoco, en general, me han conmovido los poemas incluidos; con honrosas excepciones, como la de la cita con la que empiezo.

Me gusta mucho la sensación de haber leído algo grande y hondo; aunque no se ajuste a mis preferencias, a mi imaginario. O precisamente por ello. La variedad es inabarcable y nos acerca más que nos separa. Este pensamiento me llena de esperanza. Lo importante, creo, es que me deja pensando en cómo librarme de los fumigadores, o de aquellos que, para protegerse de nuestro desprecio, nos enseñan a necesitar su tiranía en nombre del amor.


jueves, 20 de enero de 2011

PLACER COMANSI. Bajo el influjo del cometa

BAJO EL INFLUJO DEL COMETA. Jon Bilbao. Ed. Salto de página. Madrid, 2010.


Creo en el poder generador de dudas como motor del crecimiento. Menuda frase me ha salido. Creo también en la utilidad de la literatura: en el arte como un método para aprender a vivir. Porque vivir es dudar. Perdón por el silogismo cojo. Por eso me gusta cuando cuando me encuentro con textos de ficción que me permiten dudar. En mi modesta opinión, es el mayor acto de generosidad de un escritor. ¿Lo había comentado ya aquí? No me extrañaría, pues empiezo a olvidarme de lo que digo, a repetirme. Insistiré en ello, ya lo aviso. En que me parece una rara virtud en un autor esa generosidad. La renuncia al control sobre lo escrito. Un control, por otra parte, ficticio, irreal, porque al final, por más que uno se harte de explicar y explicar, de ser exhaustivo, hasta cansino, al final en la ficción cada uno piensa lo que le da gana y saca las conclusiones que mejor le convengan. Eso es lo que más me ha gustado de esta colección de relatos: la licencia para dudar. Perdón por el jueguecito.

También la minuciosidad y la falta de prisa en desplegar los elementos del relato. El resultado es de una solidez rotunda y, a la vez, de una agilidad sorprendente. La sensación de madurez y de autenticidad al leer. No hay filigranas, ni trucos: hay una visión del mundo, particular y valiosísima. Una visión a mano para confrontar con la propia y aprender. Viva la literatura útil.

Los ocho relatos son homogéneos, en cuanto a calidad; variados en sus temas. Todos comparten una mirada compasiva, equilibrada. ¿Una pega? Siguen sin gustarme los saltos de punto de vista del narrador. Sobre todo cuando no parecen obedecer a criterios estéticos, sino utilitarios; y más aún cuando la capacidad para narrar sin ellos es más que palmaria. Pero Bilbao, incluso en esto, me hace dudar. Y hay algunos giros demasiado altisonantes. Muy pocos. Se me ocurre que la imperfección, en este caso, hace más redondo el libro, y más verosímil al autor.

Qué gusto, tener tantas ganas, al terminar un relato, de atacar el siguiente. Y no poder evitar después rumiar personajes, paralelismos, metáforas... que regresen a tu cabeza sin pedir permiso ni ser llamados. Premios y buenas críticas lo avalaban. He disfrutado la lectura y además he recuperado algo de fe en la humanidad. Placer Comansi.

domingo, 2 de enero de 2011

QUE VIENEN LOS REYES: El tiempo entre costuras.


Voy a pedirle a los Reyes Magos que el mercado editorial español se regenere. Que a la gente de repente le guste leer y, claro, que aumente el número de lectores, en todos los sentidos: los lectores de consumo, los literarios, los que solo leen a Borges... Todos. Así podríamos convivir en armonía. Así tal vez uno podría regalarse un best-seller y disfrutarlo y hablar de él sin remordimientos. Que sería como atiborrarse a chuches (jaja) sin sentirse obligado a estar a pan y agua el resto de la semana. Chuches de calidad, y no plástico envenenado o que sepa a percebes. Pero esto es otro tema, me refería más bien a los remordimientos por estar quitándole el pan al pobre escritor comprometido con la literatura. Cosas de la crisis, diremos.

Ayer terminé El tiempo entre costuras (Planeta; Madrid, 2009). (Lo confieso: me intrigan los libros que venden mucho y suelo buscar en ellos la piedra filosofal. No me doy cuenta de que ya la encontró JK Rowling). No ha habido nada en el libro que me haya llenado especialmente. No he sentido ninguna emoción. No he conseguido siquiera sonrojarme o levantar la ceja con los escasos saltos de punto de vista, o inverosimilitudes. Ni aburrirme tanto como para tirar la toalla. He cerrado el libro y lo que he sentido es respeto ante la dignidad de una escritora, María Dueñas, que ha terminado con habilidad un producto a medio camino: que nada tiene que ver con lo literario, ni con lo estrictamente histórico; tampoco tiene todo en común con los best-sellers de tópicos y blanduras correosas. Ni con la novela rosa, ni con la roja. Un libro escrito con un entusiasmo que rebosa sus páginas y que, a pesar de que éste no logra generar una intriga potente o un apego tibio nada más que en momentos puntuales, es suficiente como para que no se abandone la lectura por tedio o por ira.

Imagino que encontró un periodo histórico atractivo y de moda (la guerra civil y la posguerra), algunas personas reales de la época que le atrajeron lo suficiente como para ahondar en ellas y elevarlas a la condición de personajes de novela (Beigbeder, Serrano Suñer...), y la excusa argumental: el periplo de una heroína del pueblo. El tópico de la mujer que se hace a a sí misma, y que logra superar la pobreza y la traición y ganarse una vida de glamour, junto al hombre maravilloso, después de una aventura con la que pone su grano de arena en la salvación de la humanidad. Encontró todo esto, decía, y cuajó una tortilla de letras (634 páginas) y números (miles de ejemplares vendidos) peculiar y bastante alimenticia para muchos. Incluida ella.

No tengo nada en contra de los libros alimenticios, salvo que su escritura se me resiste. Sigo pensando, no obstante, que es posible crear personajes redondos, con dimensiones, que aporten un mensaje humano, algo de riqueza, una visión del mundo, sin estorbar al entretenimiento, ni filosofar, ni resultar moñas. Y me sigue dando rabia cuando, como ahora, nos quedamos a mitad de camino. Aunque es posible que a la autora este propósito, francamente querida, le importe un bledo.

Sigo pensando que, si los Reyes se portan, podríamos convivir todos sin problemas.

Espero, pues, que SSMM traerán más lectores que posibiliten la convivencia de todo tipo de volúmenes en el mercado. Lectores con un cierto control de calidad, incorporado, capaces de reconocer entre la calidad, la dignidad, los chuches (jaja) y la tomadura de pelo.

Una es idealista y cree que los Reyes Magos no son los editores. Ahora mismo empiezo a escribir la carta.