sábado, 21 de agosto de 2010

CONTRICIÓN (Dublinesca)


(Ave María Purísima...) Confieso que hasta ahora no había leído nada de Vila Matas. Confieso que voy a tener la osadía de hablar de él, de Dublinesca (Seix Barral, 2010). Después de leerla me he quedado con esa sensación de que no hay como tener experiencia para poder hacer lo que a uno le dé la santa gana. Con autoridad, con garbo, oiga. Como un señor.

Confieso que me gustan las historias que están compuestas por mil hilos. Joyce, Beckett, Dublín. New York. El autor desconocido, novel. El gran genio por descubrir. El mito de escribir una novela en la que no pase nada. Los hikikomoris. Google. Las chaquetas nehru. Hammershoi. El budismo. Una mecedora... Me gusta porque me parece tangible de puro intangible, porque si cada uno nos pusiéramos a elaborar una lista con todos esos pequeños (o no tan pequeños) temas recurrentes, manías, o como nos permitamos llamarlos, podríamos llenar páginas enteras y nunca terminaríamos. Porque creo que esa es la materia de la que estamos hechos, nada tan sólido como para justificar que nos tomemos tan en serio, hilos entre los cuales se puede meter la mano, la cabeza entera.

¿Hay tensión en la novela? No. ¿La necesita para sostenerse? Vaya cosas me pregunto. ¿Es una novela aburrida a ratos para quienes no nos excitamos con Joyce, Bloomsday, Ulysses, etc? ¿De verdad es una novela en la que no sucede nada? ¿Hay algún editor, jubilado o no, así de anfibio, quiero decir, tan adaptado a la lluvia, a la amplia paleta de grises?

Intuyo que, por ignorancia, me he perdido muchos detalles de la ironía de Vila-Matas. Los que he pillado creo haberlos disfrutado, eso sí. Aunque es una ironía suya, del autor. No es del narrador, ni muchísimo menos del personaje, aunque lo intente, el pobre. Hay una presencia detrás de todo. Esa presencia llena de autoridad, la que hace lo que le da la gana en sus novelas. Y los demás solo podemos entrar al trapo. Porque además de ironía hay humanidad, una sensibilidad lúcida, sin aspavientos. Algo tan cierto como que en la mayor parte de los días de nuestras vidas no ocurre nada y, sin embargo, no tenemos tregua. Tan cierto que parecía imposible convertirlo en ficción, en literatura, y que funcionara. En su peculiar manera.

Confieso que también me ha gustado porque no para de llover (hasta que para). Porque está llenita de fantasmas. Porque me han entrado ganas de aprender a convertirme en niebla, como Drácula. Porque cuando oscurece todos necesitamos a alguien.

¿Penitencia? Quizá Bartleby y compañía, o El mal de Montano.

El cuadro es de Vilhem Hammershoi.

lunes, 2 de agosto de 2010

¿Quién podría soñar con Carver?


Leo en una entrevista a Catherine Pancol (Marruecos, 1954), autora de “Los ojos amarillos de los cocodrilos” (La esfera de los libros, 2009) que, entre los seguidores que la escriben, se cuentan algunos psicólogos que le comentan que recomiendan sus libros a sus pacientes. Esto me ha hecho pensar que quizá en los lugares comunes es donde los humanos nos sentimos más tranquilos, donde descansamos de verdad, donde podemos soñar. Que si son comunes, es por algo. Que es posible que en ellos esté la salud (mental) y que todo lo que se salga de sus límites sea carne de diván.
La mujer fea, pero inteligente, trabajadora, intelectual y virtuosa, madre empedernida, cuyos síntomas de descuido, el sobrepeso y la falta de estilo, se curan a lo largo de la historia, de modo que al final alcanza el éxito y el reconocimiento profesional. E incluso liga con un hombre (hermano gemelo de un modelo publicitario) atento, soltero, culto, disponible y que se enamora de ella. La mujer fea y sumisa que se enfrenta a su hermana, la bella, pérfida e inmoral. En fin.
Siempre he pensado que la misión de la literatura es producir extrañeza. Sorprendernos, contarnos algo que no sepamos de lo que en apariencia sabemos, de la realidad en la que habitamos y cuyas dimensiones, en teoría, tratamos de dominar para adaptarnos y ser algo así como felices. O sobrevivir, sin más. Quizá la extrañeza suponga demasiado desasosiego y sea más cómodo y gratificante entregar nuestro tiempo libre a reafirmarnos en lo que queda al alcance de los ojos.
La historia de Pancol es amable y positiva, incluso con lo que, a priori, nadie sería amable y positivo. Teje una red de historias, todas alrededor de nuestra heroína fea, inteligente, etc., todas con temáticas comunes y mezcladas: amor, éxito, dinero, relaciones, familia. Un conjunto que elige la extensión (550 páginas) a costa de la intensión.
Podría entretenerme en criticar algunos personajes y situaciones, por inverosímiles; o en denunciar el uso tramposo del indirecto libre; o incluso ese narrador hiperactivo que salta de cabeza en cabeza, con tal de no dejarse nada en el tintero, no sea que usemos la imaginación (aunque al menos no nos cuenta lo que piensan los cocodrilos de los humanos, que ya es algo). No lo haré porque, en realidad, ¿a quién le importa un comino el narrador, el indirecto libre o la verosimilitud?
Tal vez deba resignarme y aceptar que el gusto común de soñar despierto pasa por lo inverosímil. Por lo más epidérmico. Pasa y ahí se queda. Que, puestos a soñar, ¿quién soñaría con la paga extra mientras existan los euromillones? Se nota que la autora ha soñado mucho mientras la escribía. Por eso, ha podido hacer soñar también a muchos hombres y mujeres. Y supongo que por eso merece ganar mucho dinerín, como ha debido ganar con el libro. Me alegro por ella. Y más me alegraría si no existiera la envidia. Hace bien. Se le da bien soñar en Marina D´Or. ¿Tiene algo de malo que la gente sueñe, que lea, que gaste su dinero en libros? Yo creo que no. Además, hay que ser prácticos: ¿quién podría soñar con Carver?