domingo, 16 de mayo de 2010

IGNORANTE E INGENUA

Quería que este blog estuviera destinado a escribir textos de gran enjundia y he sucumbido nada más empezar. Ha sido un día intenso y raro. No he salido de casa, a pesar el sol en Madrid. Entre la tele, el ordenador y los libros he tratado de torear a la fiebre del heno y al dolor de garganta. Me han ayudado Malraux, Fernando Alonso y Rafa Nadal. Y luego el Abc de las artes y de las letras. Me he quedado enganchada en una frase de José Carlos Llop, a raíz del féretro de Cela porteado por bomberos, gaiteros y ministros del Gobierno; Llop dice que “la literatura está alejadísima de un cadáver porteado por instituciones de toda clase.” Todavía no sé bien qué pensar. Me debato entre mi propia ignorancia y la ingenuidad: la propia y la ajena.

Luego, en el mismo medio, me ha entusiasmado la observación de Luis García Jambrina en la reseña al libro de poemas de Julieta Valero, Autoría. Dice algo así como que, por debajo de la lucidez y del descreimiento de los poemas de la autora, está la permanencia de la mirada de la infancia, esa que sabe que el fondo está en la superficie. Qué bonito y qué bien dicho, o al menos a mí me lo parece. La extraña sabiduría de los niños, que a menudo conoce las razones soterradas de las conductas, y las acepta, y por eso responde con coherencia, solo porque no siente la necesidad de ponerles un nombre. Y tal vez porque no hay juicio previo (¿o prejuicio?). Yo creo que, si los adultos mantuviéramos la capacidad de esa mirada infantil nos luciría mejor el pelo. Y, desde luego, escribiríamos mejores novelas. Sin impostación, ni palabros, ni autocomplacencia. Aunque quizá sea cosa del pensamiento abstracto y de nuevo soy ignorante e ingenua. Diré que es por la fiebre.