lunes, 20 de diciembre de 2010

LA FUNAMBULISTA BIPOLAR

Les presento a una enana blanca.


Soy un poco exagerada y vivo con agotadora intensidad. Aquí en el hiperespacio de la hiperconciencia de la muerte no se puede vivir de otra manera. Lo único que me impide dejar algo para mañana es el miedo, manda huevos, y cierta sensatez que creo que debe de ser genética. Pero yo de lo que quería hablar es de esos días en los que uno camina por la cuerda floja y se siente el ser más feliz y el más desgraciado. Lo más frágil y la última bacteria de la tierra esporulando para resistir al invierno nuclear que se avecina. El más grande genio vivo y una diletante con mal gusto.

Terminar un novela, verle el fin en la punta de los dedos es un instante delicado. Bifronte. Temerario y lleno de miedo. Uno se siente tan feliz que casi podría matar a alguien. Y no caben en el cuerpo todas las preguntas, aunque uno camina más ufano que el caballo de Atila.

Camina por un cable.

Pero con seguridad, pues esta vez hay red. El cajón. El disco duro. A prueba de egos, si el resultado no pasa la prueba. Que siempre la pasa, por aquello de la autocomplacencia, que a mí me gusta más llamar miopía.

Es ese instante en que ves reflejado el futuro en los cristales de la ventana de la cocina: la exposición, el rechazo. El éxito total. 16ª edición, la novela del milenio. Sentirte vanidoso por querer ver publicada la novela. Sentirte idiota por no querer que nadie sepa qué has perpetrado. Necesitar una opinión sincera y objetiva (y saber que nunca, nunca, vas a recibirla), y descubrirte rezando que me diga que le gusta, que me diga que le gusta... Tener miedo de molestar a los amigos, de pedirles que la lean. O de molestar a los amigos por no pedirles que la lean.

Y empezar de nuevo. Que es lo peor, pero también es lo mejor. Porque uno sabe que la experiencia es un grado, pero a la vez siempre empiezas de cero. Nunca hay nada seguro.

Y luego está la coletilla: qué ganas tengo de terminar la novela. Esa frase que te ha acompañado desde ya no recuerdas cuándo. Cuando estás a punto de soltarla, en uno de esos silencios incómodos, te das cuenta de que ya no puedes decirla. Y entonces el vacío se abre ante ti. Un vacío que aún lo es más cuando te levantas de la cama, al día siguiente del día D, feliz, orgulloso, campante. Te miras al espejo, sacas pecho: la terminé, soy un crack, te dices. Te duchas, te vistes, desayunas. Tienes todo un soleado día ante ti para darte mil y un homenaje y te das cuenta de que lo único que te apetecería hacer es sentarte frente al ordenador y seguir escribiendo la novela.

Y ahora me apetecería seguir enumerando, pero estoy harta. Creo que exagero y que me quedo corta. Sobre el cable acuso la liviandad de mi sobrepeso. Pues eso. Que estoy en esos días.


viernes, 10 de diciembre de 2010

DIEZ RAZONES POR LAS QUE NUNCA GANARÉ EL PREMIO NOBEL

El discurso íntegro aquí.


Estos días sale Vargas Llosa en todas partes. El hombre se ha llevado el Nobel. Y yo me alegro mucho. En algún momento he pensado que tiene que estar bien ganar el premio Nobel. Te llama a casa, por lo visto, un hombre muy, muy sueco a horas intempestivas, (muy temprano) y con el que, por lo visto, resulta harto difícil entenderse. Cómo sería que, después de un rato de interferencias, le tuvo que dar la noticia en español. Lo vi en la tele. Y luego le sacaron hablando en español. Al sueco. Todavía no me explico en qué idioma le hablaría primero si fue con ese español que logró hacerse entender. Lo que sí que intuyo es que jamás ganaré el premio Nobel. Aporto razones:

Primero, porque todos los que se lo han llevado estaban despiertos para coger el teléfono.

Segundo, porque suelo preferir escribir este tipo de cosas antes que centrarme en rematar otros proyectos.

Tercero, una voz interior repite talento, talento, talento. ¿Qué me querrá decir?

Lo que más me ha gustado, claro está, es eso de que se le quebró la voz a Vargas al mencionar a su esposa Patricia en el discurso. Y si esto es lo que más me gusta de todo lo que se transparenta es una cuestión de prioridades: que aporta la cuarta razón por la que nunca ganaré el premio Nobel.

La quinta, (deduzco, sospecho, temo) es la carencia de un Patricio, que domine el arte de la generosidad, de la cocina y de la clarividencia (para solucionar mis paroxísticas crisis existenciales con un beso en la frente y un venga, Leo, ponte con la novela).

De mi indefinición política y la ausencia de un pasado marxista, ¿para qué hablar? Pero vamos por seis, si, para variar, no me equivoco.

La séptima es estar empadronada, como expresa Vargas, en el limbo de los escribidores sin suerte, sin editores, ni premios, ni lectores, cuyo talento (¿Otra vez la voz?) acaso –triste consuelo– descubriría algún día la posteridad.

La octava razón, intuyo que obedece a no ser ciudadana del mundo, a haber nacido en Madrid, hija de un gallego y una madrileña, unidos y felices. Y a no haber residido, salvo una honrosa temporada en Zaragoza y otra en Grenoble, en otra parte que no fuera Madrid. (A excepción del jodido limbo ese del que hablaba antes).Y si se me permite añadirlo, al escaso consumo de alcohol y a mis inexistentes coqueteos con estupefacientes y dopantes (salvo el salbutamol, pero eso es por el asma), a los tres años y medio sin tabaco... y no sigo.

Sin embargo, yo también creo que lo mejor que me ha pasado en la vida es haber aprendido a leer. Y luego a escribir. Y después, como Vargas, la capacidad de sentir: el desencanto de lo real, de la realidad; que la vida debería ser mejor; que es la incomunicación lo que nos hace retroceder a la barbarie. Y la evidencia empírica de que sólo nos comportamos como humanos cuando somos capaces de salir de nosotros mismos y meternos en la piel de otro.

( Y qué será lo peor que me ha pasado, pienso al releerme)

Y digo lo mejor porque es la suma de todo esto la que me obliga a conservar apenas una brizna de esperanza. Que se llama supervivencia y me obliga, para cerrar el círculo, a sentarme frente al ordenador.

La novena razón por la que no ganaré el Nobel es la misma por la que termino aquí esta entrada: me voy con una amiga al cine.

Y no hay diez porque, como todos sabemos, la perfección no existe.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

SER MAYOR ES UN TIMO.

El lunes por la noche las nubes no se aclaraban: entre el agua y la nieve estaba la cosa. Y unos hombrecitos le daban a un balón en Barcelona y tenían a toda España en vilo, igual de dividida que siempre. Yo preferí acercarme a calentarme las manos en una de mis lumbres preferidas. La poesía. Y Belén Reyes, rodeada de amigos, reivindicando algo que todo el mundo sabe y que a muchos nos duele más allá, que Ser mayor es un timo (Editorial Celya, Salamanca 2010).

Belén ya estaba en mis comienzos. Estaba sentada junto a Gloria (Fuertes). Una de la mano de otra. Belén es más irónica. Y está viva. Y doy gracias por ello, por los poemas por venir. Por la neurocirugía. Y ya me callo.

COSAS QUE ME DAN PENA
Las cajeras del Día
los viejos y las viejas.
La asistenta y su hija
aprendiendo en la Celsa
que un chinito no engancha
y a los veinte la entierran.
Los amores que tuve
el milagro que dejan.
El amor recibido
el amor que aún me tiembla.
Me da pena mi casa,
la mesita de Ikea,
el frío, la estufita,
mi madre y sus tarteras.
Me da pena que acabe.
Me da pena si empieza.
Los balcones del centro
sus visillos gris perla.
La espalda del polaco
con su bombona a cuestas.

Me da pena ir al Rastro,
el negro sin licencia.


Me da pena internet
navegando a dos velas,
autistas afectivos...
sin una boca cerca,
manoseando un ratón
pornográfica técnica.
Las pelis de la dos.
Tragarse la tristeza.
Me dan pena los lunes
peinaditos de fiesta.
Los ojos de mi perro
el parque y la cadena.
Me da pena el atasco
la casita en la sierra.
Los carros del Alcampo
los créditos vivienda.
Me da pena quererte
y que tú no me quieras
seguir sin ti viviendo
o hacer que me lo crea.
Me da pena escribir
estos versos que enredan
mi pecho con su lana
y la sed de tejerla.
No escribo para mí
esto es del que lo lea

De PONERLE UN BOZAL AL CORAZON


MUERE LA TARDE DETRÁS DE MI VENTANA.

Suena y sus ruidos me hablan de Madrid.
Temo a la noche que ronda esquizofrénica,
Como un sereno loco que no me quiere abrir.

Los coches muy sumisos, como perros de chapa,
Esperan a sus dueños dispuestos a vivir...
El camino de siempre, el recorrido idiota,
De la casa al trabajo... (Hoy me acuerdo de ti).

Tengo un dolor muy nuevo que va estrenando heridas.
Mi cerebro, una esponja. Mi corazón, un clip
Que sujeta mi cuerpo y lo arrastra a tu vida.
Tengo un nudo en los ojos de enredarlos en ti.

De Atrévete a olvidarme.

De Ser mayor es un timo.

NACI PARA AHORA MISMO


Nací para ahora mismo
para sólo este instante.
Para que Dios, de pronto,
se pose en mi cabeza,
y me peine estos años
de onduladas tristezas,
y me recoja el llanto
con horquillas de estrellas.

Nací para ahora mismo
para sólo este instante.
para pararme en seco
y contemplar las grietas
y descifrar los gritos
que tiemblan en mi lengua.

Nací para estos versos
que en este instante cierran,
la herida del misterio
de estar viva y no muerta.
sólo este instante, sólo,
alumbrándome entera.
Lo que venga no importa.
Lo que pasó no pesa.

Nací para ahora mismo
para sólo este instante
decir que ha merecido
la pena tanta pena.
Lo que venga ni importa
lo que pasó no pesa.

SOLO ES AMOR LO OTRO
Sólo es amor lo otro
lo que ya no nos pasa.
Hay un reloj de sangre
parado en la mirada.

Vivimos de chiripa,
alquilando esperanzas
que nos traen y nos llevan
por encima del mapa.

Sólo es amor lo otro
lo que ya no nos llama,
ni en la voz, ni en el sexo,
ni en el dolor, ni en casa.

Es lo otro y no esto
que el calendario estampa.
Es un día hacer dedo
hasta el fondo del alma.

Sólo es amor lo otro
lo que ya no nos pasa.

NO SÉ SI ES POR EL DÍA
o este invierno de años.
Quererte me supera.
Mi amor es más que alto.
Me mira desde arriba...
No sé si estoy pensando.
Paseo por las teclas
mis yemas dando saltos.
A veces veo cosas.
A veces me hago daño.

No sé si es por el día
o este invierno de años.
Tirito sin tu cuerpo
Sin tu boca no hablo.
Me pierdo en una herida
si no tengo tu abrazo.
Es lunes y hace frío,
son las 2 menos cuarto.

sábado, 13 de noviembre de 2010

ESCRIBIR II: Lo que me gusta.


Me gusta cuando me dejo. Cuando resisto al miedo y permanezco delante de la pantalla, con ganas de reír o de llorar, o de salir, o de limpiar mis proverbiales azulejos, pero permanezco. Muevo los dedos, en toda mi pobreza, vulnerable, con toda la piel colgada en el perchero. Me gusta esa sensación a medio camino entre el sueño y la vigilia; escribo y las palabras parecen salir como por un atajo, se saltan la vía principal de la conciencia, no pasan por el córtex. Vibran en una frecuencia inusual. Sé y no sé lo que estoy escribiendo. Estoy concentrada, no hay nada más en el mundo, pero me parece que no es cierto, que en realidad estoy pensando en todo a la vez. Los pensamientos fluyen sin censura. Nubes en el cielo. Tráfico en la autopista. Ellos mismos se equilibran, crean su propio hilo conductor. Fluyen. Saben de lo que hablan. No podría ser más yo y sin embargo, lo que escribo es más ficción que nunca. Más de lo que sé, más incluso de lo que me gustaría saber, que se supiera de mí (qué tontería: si resulta que escribo porque hay una, o ninguna, persona con quien pueda ser la que soy, que es la que soy cuando escribo. Porque empiezo a intuir que no me bastará con el tiempo de una vida para comunicar quién soy, para saberlo acaso, y que todo tiene sentido porque existe esa figura, ese sueño más allá ...).

Me gusta porque sé que tiempo después retomaré el texto y encontraré. Sabré que he sido yo, pero un yo que desconozco, quizá más amable que la dama del espejo. O por odiosa más auténtica, pero yo: lo único que tengo. Qué pobre, qué vulgar, qué como todos. Qué dulce el consuelo, madre mía, saber que no hay separación, todos uno, como los mosqueteros. Y que lo demás es mentira, andamios para el ego. (Se me ocurre que quizá escribamos los inconscientes esenciales, los ciegos primordiales, los que somos incapaces de intuirnos. O los incrédulos...)

Y todo se termina, el fin de ese momento esférico, cuando te das cuenta de que estás escribiendo. Tal vez lo lógico, lo razonable, sería parar las máquinas en este instante, renunciar. Confiar en que volverá a darse la alquimia. Arriesgarse, rojo o negro, par e impar. Aceptar la inseguridad, el compromiso, la adicción. Aceptar la satisfacción profunda de haberlo hecho, el desasosiego de lo que puede que nunca más sea. La vida. Ni yo misma lo entiendo. Pero sigo confiando en que haya alguien que no lo entienda como yo. Sigo confiando. Quien lo probó, lo sabe.

domingo, 31 de octubre de 2010

ESCRIBIR I: Contradicciones


Supongo que es la inexperiencia, las absurdas ganas de demostrarme no sé qué demonios, pero es que a mí escribir me duele. Sin dramatizar, sin convertirlo en sufrimiento, ni en expiación, pero duele. La ficción me duele. Igual que me resulta doloroso leer a ciertos autores. O que me duele cuando me río, a veces. Con determinadas risas que no creo que necesite explicar. ¿O será la vida lo que duele?

Será la bisoñez, o la estupidez, o la insensatez. Aunque lo más posible es que sea masoquismo, que no acaba en -ez, pero igual es una mierda.

Pero es que, insisto, a mí escribir me duele. Me duele inventarme cosas y que al final resulte que no es tanta invención, que son hombrecitos mal encarados que salen de los cajones a tocar los cajones a dos manos. O voladoras, tiernas, miopes campanillas que se dan de morros contra las ventanas cerradas.

A mí escribir me produce satisfacción y me produce rabia. Ya sé que a nadie le interesa que declare mi envidia hacia esos que dicen pasárselo bomba mientras escriben sus novelas como si estuvieran en Port Aventura, pero no puedo evitarlo. La maldita necesidad de expresar. Que me duele, oiga, y lo peor es que no encuentro el botón de apagado, ni siquiera el de pausa. Que ya les gustaría a los cuadernos. Aunque peor aún es no encontrar a nadie con quien compartirlo. Siempre hay una gota que se queda en el vaso; un silencio incómodo y una mirada con calificativo: inadaptada, esnob, masoca, infantil, joé, qué exagerada eres, ¿no?...

Y eso duele. (¿Alguien se acuerda de la Bombi?)

Bien pensado, sí, seguro que esto se me pasa con los años. También con la desgana, pero con los años, todos, sí. Seguro. Qué consuelo.

lunes, 18 de octubre de 2010

LA TRISTE PASIÓN


Quizá el perfecto equilibrio no se halle sino en el desasosiego y tengan razón quienes afirman que las buenas novelas nacen siempre de la insatisfacción, del desencanto. Es un equipaje demasiado pesado para arrastrarlo por los aeropuertos, de modo que a algunos nos da por dosificarlo. Dosis de 150, 200, 250 páginas. Los más abusones y conectados pueden pasar de las 500. (Me viene a la cabeza una autora que, para aliviar su desencanto, terrible, supongo, contó en una entrevista que, con el beneplácito de su editor, había hecho no sé qué en el word para que no mostrara el número de páginas... La memoria es caprichosa y la digresión, un caramelo). Tiramos de ficción para ir tirando y, de paso, tratamos de comprender algo de lo que nos sucede. Nos hacemos las clásicas preguntas que todo el mundo se hace, pero de un modo muchísimo más chic y de lo más cobarde: poniéndolas en boca de unos pobres personajes a los que someteremos a un sinnúmero de desgracias, sólo porque nosotros nos sentimos desgraciados. O tememos sentirnos.

Bref, que dirían los franceses.

Decía que dosificábamos. Hay también quien dice que siempre escribimos la misma novela. Que sería entonces lo mismo que decir que nuestro descontento es siempre por los mismos motivos, y esto es tanto (redoble de tambores para el triple salto mortal) como negar la capacidad de cambio. Me tiemblan las rodillas, y más deberían de temblarle a los psicólogos si esto llegara a saberse, así que me callo.

Que los escritores somos seres obsesivos, neuróticos, vanidosos, y un largo etc. de virtudes es algo que todo el mundo afirma con la naturalidad del Martini, blanco y en botella. Lo que no entiendo es porque nadie habla de la generosidad, de la empatía, del impudor que demuestran, novela tras novela, los grandes y buenos novelistas. Esos que actúan como médiums de su historia y no se les ve la sombra de los cuernos de fondo. Esos que no le piden matrimonio al desencanto y que no suman el masoquismo a sus virtudes y, sin embargo, se prestan a la obsesión de sentarse a escribir horas y horas, de actuar como filtros de la realidad, o mejor aún, como alambiques. Con lo que eso duele. Y que sufren, claro está, pero sin jactancia ni deliberación. Esos que procuran ser felices a pesar de que escriben, ya que no pueden evitarlo. Y que dosifican su dolor, además, de manera razonable y compasiva con el mundo (y cuentan las páginas, y todo).

Mi experimento consiste en descubrir un escritor feliz*. Para el trabajo de campo me he ofrecido como cobaya, sin valor científico pero con voto. Escribo y procuro estar contenta. Y como queso. Cada uno pierde el tiempo como le da la gana.


*¿Debería conformarme con hallar un ser humano feliz?

lunes, 4 de octubre de 2010

LA COMPOSICIÓN DEL AIRE. Luis Alberto de Cuenca.

ROMANTICISMO, HUMOR, AMOR Y ALGO DE DRAMA.

Por el puro afán de compartir me doy el gusto de traer aquí a uno de mis benditos, imprescindibles. Luis Alberto de Cuenca, que reúne en sus poemas esos ingredientes, entre otros, la composición del aire. Y el don del ritmo. No tengo ni idea de si son los mejores. Mañana elegiría otros, pero hoy es hoy. Y ya me callo, que dos son compañía...

CONTRA LAS CANCIONES DE OPÓSITOS
A Eugenio Gallego
Me he pasado la vida conciliando contrarios.
Pensando: bien y mal no son tan diferentes,
sí es muchas veces no, mi amiga es mi enemiga,
el placer duele tanto que parece dolor
y los días de fiesta son días de fastidio.
Me he pasado la vida tiritando en agosto
y muriendo de sed al lado de la fuente.
Pero esto se acabó. No quiero que la risa
se disfrace de llanto, ni que los besos hieran,
ni que la muerte salve, ni que el sol del verano
sea en el fondo sombra y océano el desierto.
Quiero volver atrás, al tiempo en que las cosas
no eran tan complicadas, y el amor no era odio,
y la nieve era nieve, y la paz y la guerra
eran palabras únicas, distintas, inequívocas,
y la doble cara de un mismo aburrimiento.
Ya no quiero sudar rodeado de pingüinos.

EL OLVIDO

La olvidé. Por completo. Para siempre
(o eso creía entonces). Me cruzaba
con ella por la calle y no era ella
quien se paraba ante un escaparate
de ropa deportiva, no era ella
quien compraba el periódico en un quiosco
y se perdía entre la muchedumbre.
Como si se hubiera muerto. No era ella.
Su nombre era el de todas las mujeres.

LA VERDAD

La verdad es que no sé qué es la verdad,
y no puede ser bueno que no sepa
algo tan importante como eso.
La verdad es que si alguien va y me dice:
“es muy sencillo, imbécil: la verdad
es esto o es lo otro o las dos cosas”,
me deja estupefacto. Y si pregunto
qué es la verdad en realidad, si esto,
si lo otro o si al tiempo las dos cosas,
mi informante contesta: “eso depende”,
y, la verdad, me quedo como estaba.

DE TANTO AMARTE Y TANTO NO QUERERTE

De tanto amarte y tanto no quererte
te has cansado de mí y de mis locuras
y le has prendido fuego a nuestra historia.
Tu ropa no perfuma ya la casa.
No queda ni una palabra de cariño
suspendida en el aire, ni una hebra
de azabache en la almohada. Sólo flores
secas entre las páginas del libro
de nuestro amor, y cálices de angustia,
y un delirio de sombras en la calle.

Todos los poemas han sido tomados de Luis Alberto de Cuenca: Poesía 1979-1996. Edición de Juan José Lanz. Ed. Cátedra, Letras hispánicas. Madrid, 2006.

sábado, 11 de septiembre de 2010

MALDITO KARMA David Safier

Algo está pasando. Mi neurona snob se debilita. Ni los piquetes informativos al otro lado de la cama, con sus reivindicaciones hacia las horas de sueño, lograrían la interrupción de la lectura. Será cosa de la dieta de septiembre que este evidente producto light me ha atrapado. Está por ver si empieza a gustarme de verdad el brócoli y la lechuga, y no solo cuando ceno con las amigas. Algo está pasando, insisto, cuando ya casi ni me inmuto ante las situaciones inverosímiles en una novela. O cuando sonrío como una boba ante un final con moraleja-moralina de oferta, 2x1 y tamaño familiar.
David Safier ha vendido la torta de libros. ¿Será porque podría ser considerado original? ¿Porque trata un tema muy de moda en occidente ahora, Buda, el orientalismo? ¿Será sencillamente porque es un libro amable en el que los humanos tenemos oportunidad de enmendar nuestras malas conductas y dar valor a esas cosas tan aburridas y manidas como los sentimientos, la familia, esas cositas? ¿O será de nuevo porque los instala en la seguridad de los tópicos, que nos refuerzan la moral frente a una vida basada en el cambio puro (y a veces vachement duro)? Quizá porque también es necesario que nos hagan no pensar. Uf.
¿Por qué me empieza a picar todo cuando menciono el adjetivo original?
A mí me triunfa la tesis de la amabilidad, del optimismo de fondo. A las chicas nos gusta que nos hagan reír, o sonreír, al menos. Si todos sabemos cómo es la vida (esta mierda tan cruel, tan maravillosa y tan justa en su inequidad, en mi opinión) ¿tiene sentido que la ficción nos lo recuerde? ¿tiene algún sentido criticar, hablar de un libro que no te ha gustado? Ah, no, que ese es otro tema.
Sigo convencida de que pueden gustar los solomillos y los percebes, desayunar cava con fresas, y también atiborrarse de palomitas y regalices rojos. Pero quizá sea porque me pasa algo. Porque mi tolerancia a la frustración ha menguado con esto de la depresión postvacacional. Creo que para recuperarme releeré La carretera de Mc Carthy. O algo de la Guerra Civil. Ya daré noticias cuando vuelva a ser yo. O cuando deje la dieta, vaya.

sábado, 21 de agosto de 2010

CONTRICIÓN (Dublinesca)


(Ave María Purísima...) Confieso que hasta ahora no había leído nada de Vila Matas. Confieso que voy a tener la osadía de hablar de él, de Dublinesca (Seix Barral, 2010). Después de leerla me he quedado con esa sensación de que no hay como tener experiencia para poder hacer lo que a uno le dé la santa gana. Con autoridad, con garbo, oiga. Como un señor.

Confieso que me gustan las historias que están compuestas por mil hilos. Joyce, Beckett, Dublín. New York. El autor desconocido, novel. El gran genio por descubrir. El mito de escribir una novela en la que no pase nada. Los hikikomoris. Google. Las chaquetas nehru. Hammershoi. El budismo. Una mecedora... Me gusta porque me parece tangible de puro intangible, porque si cada uno nos pusiéramos a elaborar una lista con todos esos pequeños (o no tan pequeños) temas recurrentes, manías, o como nos permitamos llamarlos, podríamos llenar páginas enteras y nunca terminaríamos. Porque creo que esa es la materia de la que estamos hechos, nada tan sólido como para justificar que nos tomemos tan en serio, hilos entre los cuales se puede meter la mano, la cabeza entera.

¿Hay tensión en la novela? No. ¿La necesita para sostenerse? Vaya cosas me pregunto. ¿Es una novela aburrida a ratos para quienes no nos excitamos con Joyce, Bloomsday, Ulysses, etc? ¿De verdad es una novela en la que no sucede nada? ¿Hay algún editor, jubilado o no, así de anfibio, quiero decir, tan adaptado a la lluvia, a la amplia paleta de grises?

Intuyo que, por ignorancia, me he perdido muchos detalles de la ironía de Vila-Matas. Los que he pillado creo haberlos disfrutado, eso sí. Aunque es una ironía suya, del autor. No es del narrador, ni muchísimo menos del personaje, aunque lo intente, el pobre. Hay una presencia detrás de todo. Esa presencia llena de autoridad, la que hace lo que le da la gana en sus novelas. Y los demás solo podemos entrar al trapo. Porque además de ironía hay humanidad, una sensibilidad lúcida, sin aspavientos. Algo tan cierto como que en la mayor parte de los días de nuestras vidas no ocurre nada y, sin embargo, no tenemos tregua. Tan cierto que parecía imposible convertirlo en ficción, en literatura, y que funcionara. En su peculiar manera.

Confieso que también me ha gustado porque no para de llover (hasta que para). Porque está llenita de fantasmas. Porque me han entrado ganas de aprender a convertirme en niebla, como Drácula. Porque cuando oscurece todos necesitamos a alguien.

¿Penitencia? Quizá Bartleby y compañía, o El mal de Montano.

El cuadro es de Vilhem Hammershoi.

lunes, 2 de agosto de 2010

¿Quién podría soñar con Carver?


Leo en una entrevista a Catherine Pancol (Marruecos, 1954), autora de “Los ojos amarillos de los cocodrilos” (La esfera de los libros, 2009) que, entre los seguidores que la escriben, se cuentan algunos psicólogos que le comentan que recomiendan sus libros a sus pacientes. Esto me ha hecho pensar que quizá en los lugares comunes es donde los humanos nos sentimos más tranquilos, donde descansamos de verdad, donde podemos soñar. Que si son comunes, es por algo. Que es posible que en ellos esté la salud (mental) y que todo lo que se salga de sus límites sea carne de diván.
La mujer fea, pero inteligente, trabajadora, intelectual y virtuosa, madre empedernida, cuyos síntomas de descuido, el sobrepeso y la falta de estilo, se curan a lo largo de la historia, de modo que al final alcanza el éxito y el reconocimiento profesional. E incluso liga con un hombre (hermano gemelo de un modelo publicitario) atento, soltero, culto, disponible y que se enamora de ella. La mujer fea y sumisa que se enfrenta a su hermana, la bella, pérfida e inmoral. En fin.
Siempre he pensado que la misión de la literatura es producir extrañeza. Sorprendernos, contarnos algo que no sepamos de lo que en apariencia sabemos, de la realidad en la que habitamos y cuyas dimensiones, en teoría, tratamos de dominar para adaptarnos y ser algo así como felices. O sobrevivir, sin más. Quizá la extrañeza suponga demasiado desasosiego y sea más cómodo y gratificante entregar nuestro tiempo libre a reafirmarnos en lo que queda al alcance de los ojos.
La historia de Pancol es amable y positiva, incluso con lo que, a priori, nadie sería amable y positivo. Teje una red de historias, todas alrededor de nuestra heroína fea, inteligente, etc., todas con temáticas comunes y mezcladas: amor, éxito, dinero, relaciones, familia. Un conjunto que elige la extensión (550 páginas) a costa de la intensión.
Podría entretenerme en criticar algunos personajes y situaciones, por inverosímiles; o en denunciar el uso tramposo del indirecto libre; o incluso ese narrador hiperactivo que salta de cabeza en cabeza, con tal de no dejarse nada en el tintero, no sea que usemos la imaginación (aunque al menos no nos cuenta lo que piensan los cocodrilos de los humanos, que ya es algo). No lo haré porque, en realidad, ¿a quién le importa un comino el narrador, el indirecto libre o la verosimilitud?
Tal vez deba resignarme y aceptar que el gusto común de soñar despierto pasa por lo inverosímil. Por lo más epidérmico. Pasa y ahí se queda. Que, puestos a soñar, ¿quién soñaría con la paga extra mientras existan los euromillones? Se nota que la autora ha soñado mucho mientras la escribía. Por eso, ha podido hacer soñar también a muchos hombres y mujeres. Y supongo que por eso merece ganar mucho dinerín, como ha debido ganar con el libro. Me alegro por ella. Y más me alegraría si no existiera la envidia. Hace bien. Se le da bien soñar en Marina D´Or. ¿Tiene algo de malo que la gente sueñe, que lea, que gaste su dinero en libros? Yo creo que no. Además, hay que ser prácticos: ¿quién podría soñar con Carver?

domingo, 16 de mayo de 2010

IGNORANTE E INGENUA

Quería que este blog estuviera destinado a escribir textos de gran enjundia y he sucumbido nada más empezar. Ha sido un día intenso y raro. No he salido de casa, a pesar el sol en Madrid. Entre la tele, el ordenador y los libros he tratado de torear a la fiebre del heno y al dolor de garganta. Me han ayudado Malraux, Fernando Alonso y Rafa Nadal. Y luego el Abc de las artes y de las letras. Me he quedado enganchada en una frase de José Carlos Llop, a raíz del féretro de Cela porteado por bomberos, gaiteros y ministros del Gobierno; Llop dice que “la literatura está alejadísima de un cadáver porteado por instituciones de toda clase.” Todavía no sé bien qué pensar. Me debato entre mi propia ignorancia y la ingenuidad: la propia y la ajena.

Luego, en el mismo medio, me ha entusiasmado la observación de Luis García Jambrina en la reseña al libro de poemas de Julieta Valero, Autoría. Dice algo así como que, por debajo de la lucidez y del descreimiento de los poemas de la autora, está la permanencia de la mirada de la infancia, esa que sabe que el fondo está en la superficie. Qué bonito y qué bien dicho, o al menos a mí me lo parece. La extraña sabiduría de los niños, que a menudo conoce las razones soterradas de las conductas, y las acepta, y por eso responde con coherencia, solo porque no siente la necesidad de ponerles un nombre. Y tal vez porque no hay juicio previo (¿o prejuicio?). Yo creo que, si los adultos mantuviéramos la capacidad de esa mirada infantil nos luciría mejor el pelo. Y, desde luego, escribiríamos mejores novelas. Sin impostación, ni palabros, ni autocomplacencia. Aunque quizá sea cosa del pensamiento abstracto y de nuevo soy ignorante e ingenua. Diré que es por la fiebre.

sábado, 3 de abril de 2010

LOS ESCRITORES SUIZOS



La mujer quiere escribir. Arder en los infiernos y congelarse en el cielo. Cortar el precinto policial del limbo. Ser descubierta como correo de la Resistencia y morir tiroteada en una calle de París, en los días previos a la Liberación. Dirigir la sección de sucesos de un diario de Oklahoma. Amar al hombre hasta la tabla de la plancha. Hacer la revolución en la clausura, fumando marihuana medicinal.
Quiere comprender si acaso es posible la pasión en la neutralidad.
Quiere saber si las opiniones pueden combarse hasta que sus extremos se toquen.
Quiere descubrir si existe algún crítico más dañino que el ego. O algún lugar más satisfactorio para los infelices que la infancia, o el deseo.
La mujer se sienta frente al teclado porque no quiere volver a tener miedo.
No conoce a ningún escritor suizo, más allá de Heidi, y, por lo tanto, nada tiene en contra de ellos. Pero reza. Porque tendrá que ser funambulista y sabe que se parece más al gato con botas. Para saber mantenerse en el centro justo de sus extremos. Para no caer jamás en la tibieza, ni echarse a dormir a la sombra de la campana de Gauss, por no estar sola.
La mujer no quiere ser suiza. Quiere escribir. No quiere saber nada de los escritores suizos. Adora a Federer, y al chocolate, y el queso, y las montañas, pero rechaza la nacionalidad suiza. Prefiere la tierra de nadie de los que cambian de opinión y se equivocan.
Y así comienza todas las mañanas.